Iquique 7 de julio de 2005
Querido Amigo:
Cuándo supe de tu muerte pensé en cuánto tiempo había pasado sin que nos comunicáramos, debe ser que no pensamos en esto, en morirnos y antes de morir tú, nos suicidamos nosotros sin darnos cuenta.
No pude creerlo, y como un ejercicio de reanimación quise traerte a la vida de vuelta leyendo tus cartas. Ahí estabas, con tu simpleza, con tu inocencia de niño de pueblo, jugando a que no conoces el mundo para mostrarme de él lo más hermoso, lo que aún guarda su color natural. En una de ellas me escribes:
“Espero que estés de muy buen ánimo frente a tus estudios y si andas de mal ánimo trata de inventar el bueno, pues el gran Demócrito de Abdera tenía razón: <>. Al final de nada sirven las condiciones más óptimas de vida, sino no se tiene la predisposición de disfrutar de la vida y sobre todo de sacarle partido a las cosas sencillas. A veces pienso que no es tan complicado ser feliz si uno lleva eternamente la inclinación de serlo y de no atormentarse por las cosas que no se tienen. A veces me siento un tipo muy afortunado y llego a reír de felicidad, solo, cuando escribo y veo que las narraciones van quedando bien”.
Recordé nuestro encuentro en aquel pequeño café de calle Patricio Lynch, ese que tenía dos mesas. Ahí nos sentamos una mañana. Siempre admiraré tu capacidad de hablar como si estuvieras escribiendo, con detalles, con olores, con tonos; el cafecito se hacía inmenso y distinto con cada historia; el tiempo era algo que no importaba. Pero ese día también quisiste que hablar de mí, por eso nos reunimos, una idea te rondaba y ya te estaba causando comezón no materializarla. Conversamos, conversamos y conversamos, me tocó por esta vez dar los detalles, detenerme y ser precisa… Una semana después, recibí el mejor regalo que de ti podía venir: Un Cuento, una parte de mi vida nacida de tu arte.
Hoy después de mucho tiempo tuve noticias tuyas, las peores que alguien que te quiere puede escuchar. Entonces, busqué tu cuento, lo tomé y me fui a sentar al mismo lugar en donde nos conocimos, ¿te acuerdas?. Como ambos vivíamos en El Morro, coincidimos una tarde en Playa Bellavista, ese pequeño rincón de arena, rocas y mar.
No sabía qué más hacer por ti, cómo estar cerca hoy después de dos años, así que leí… Y mientras avanzaba se me venía a la memoria el cafecito de Patricio Lynch; la larga conversación que dio vida al relato y me trataba de imaginar cómo transformaste mis palabras torpes en algo mágico, esencial.
De ahí saqué este párrafo, que si bien parece hablar de mi infancia, más bien habla de tu gran corazón, de tu mirada pura y de tu mayor tesoro: tu don de comunicar con un estilo propio, sencillo y cercano. Porque a ti te gustaba hablar de los tuyos, de las calles por donde caminabas todos los días, de tu barrio; del norte alegre, del envenenado y del mágico. Y todo lo hiciste pensando también en que quien te leyera o te escuchara lo comprendiera todo. Compartiste con nosotros ese universo infinito que se abre cuando somos capaces de imaginar.
“Todo el mundo dice que no soy una niña normal, porque me paso el día haciendo preguntas de gente grande. Sin embargo, creo que las personas me ven como una niña extraña porque tengo una cuestión en mi cadera que se llama displasia, entonces al caminar se me va un poco el cuerpo para el lado; o sea, soy coja, que es como me dice mi hermano chico cuando nos peleamos mucho. Claro que yo me veo los pies y me los encuentro en buen estado; me veo las piernas y no tengo ninguna herida, son un poco flacas no más. En fin, también creo que la gente me ve diferente porque tengo mis cabellos rojos y muchas pecas en mis brazos, en mis piernas y en mi espalda. Viera usted el montón de pecas que tengo en la cara. Así que ya ustedes podrán imaginar todos los sobrenombres que me han puesto por esta cosa de que se me va el cuerpo para el lado cuando camino, por mis pelos rojos y por mis pecas. No faltan los que me gritan Pata de Cumbia, Cabeza de Cobre, o Paradero de Mosca. Pero, me llamo Macarena y ya hace rato que no escucho la mofa. Primero me dolía, pero después le hice caso a mi abuelo, quién me dijo que quienes se ríen de alguien con un defecto eran personas de mal corazón, y cualquier palabra que venga de un ser de mal corazón no vale la pena escucharla; cualquier cosa que entregue alguien de corazón enfermo no hay para qué recibirlo, así sea un regalo engañoso o un insulto barato. Mi abuelo dijo que quienes tienen mal corazón todavía no logran ser personas y que era muy ridículo sufrir por lo que diga alguien que todavía no es persona”.
(Fragmento de “La Magia de Diosito”. Patricio Riveros, 2003)
Aquí te voy a tener, en este regalo que sin más me hiciste un día, será el primer cuento que les leeré a mis hijos, a mis nietos y así hasta que nos volvamos a reunir . Ahí te contaré más historias en algún local estrecho. Por ahora no te preocupes porque nos dejaste mucho que leer, que aprender y que practicar.
Eres de esas personas que le hará falta al mundo…
Una vez me confesaste:
“Cada día tartamudeo menos pero para hablar de los libros me gusta tartamudear”.
Hoy los libros triste no saben quién va a repetir dos veces sus nombre para que la gente no los pueda olvidar.
Desde la playa te envía un abrazo ,
Tu amiga
Macarena
¿Quién era el Papato? papato – YouTube